Nike: Una cadena de despropósitos.
El último análisis de la compañía norteamericana no le deja en muy buen lugar. Según informa The Independent, de 479 fábricas inspeccionadas el año pasado, 168 no cumplían las normas que Nike había impuesto, lo que significa que tenían "serios fallos en todo el sistema" o una "total indiferencia" por los códigos de conducta.
Una de cada cinco no proporcionó los contratos, no tenía negociación colectiva, forzaba ocasionalmente a niños a trabajar o el personal trabajaba siete días a la semana sin descanso.
Algunas factorías incluían a trabajadores penitenciarios, establecían relaciones de servidumbre u obligaban a sus trabajadoras a realizarse test de embarazos obligatorios para, en caso de no pasarlos despedirlas. Los salarios, además, no solían alcanzar los ya de por sí bajos mínimos que sugiere Nike.
Puma: bajo el paraguas de China o Vietnam
Los datos de esta empresa alemana patrocinadora, entre otros, de Samuel Eto'o o Usain Bolt, no son mucho más alentadores. Una de cada cinco (75 de 362) hace dos años que no realiza auditorias.
Algo más de la mitad burla las normas relacionadas con el número mínimo de horas de trabajo o del salario básico. Tres cuartas partes no manejan las normas de salud en cuanto a la manipulación de productos tóxicos y las medidas de prevención de riesgos laborales son una utopía.
La propia compañía reconoce que es complicado imponer su propia normativa interna porque la mayoría de estos intermediarios subcontratados tienen sus centros de producción en China o Vietnam, países cuya falta de transparencia y régimen dictatorial impide que se lleven a cabo o que se sancionen a los empresarios que incumplen las condiciones que intentan fomentar.
Adidas: Silencio y falta de información
De las tres grandes suministradoras de prendas deportivas, Adidas es quizá la que menos información facilita de sus controles internos. La empresa afirma que el 60% de sus 1.200 fábricas cumple con sus normas, pero no facilita estas reglas ni tampoco da datos de las auditorías fallidas. Tan sólo ha comunicado que 38 de sus socios colaboradores podrían perder sus contratos por bordear el límite de la ilegalidad.
Si los datos aquí expuestos por estas tres multinacionales son ya de por sí preocupantes, lo cierto es que los propios inspectores reconocen que pueden ser peores en la realidad.
Algunas fábricas manejan un registro doble de horas de trabajo: una para la inspección y otra real. El propio software de las compañías habría sido modificado para poder ensmascarar estos datos encriptados. Además, los capataces entrenan a los trabajadores para que respondan conforme a sus intereses bajo amenaza de castigo o despido.
Las asociaciones pro-derechos humanos reconocen que se ha avanzado mucho en el campo de la autoexigencia, pero admiten también que las compañías podrían hacer mucho más para evitar esta nueva versión de la esclavitud en pleno siglo XXI.