Lo cierto es que existen motivos de bastante peso por los que nuestros antepasados no asomaban ni una tenue sonrisa ante el objetivo.
DIFERENCIAS SOCIALES
Para empezar, estaba la clase social. Si ojeamos cuadros a partir del siglo XVII en adelante, comprobaremos, y así era en todos los casos, que los únicos que salían riéndose en las fotografías (o en los cuadros) eran los bufones, los pobres, las prostitutas y los borrachos. De ahí que el resto de la sociedad se distinguiera de tales personajes con un semblante serio, cohibido, hierático y casi sepulcral.
MOTIVOS TÉCNICOS
Otro de los motivos de peso y casi diríamos que el principal, era que la realización de una fotografía a finales del siglo XIX y principios del XX requería de largas exposiciones, es decir, se trataba de permanecer durante largo rato en la misma postura hasta que la imagen quedaba grabada como tal. Como es lógico, sostener una imagen sonriente durante tanto tiempo era una tarea bastante ardua y sin sentido y que probablemente habría provocado que el rostro saliera un poco borroso.
SENTIDO DEL RIDÍCULO
También es algo que ha cambiado exponencialmente con el paso del tiempo. Antiguamente se pensaba que sonreir delante de la cámara era un acto estúpido, y probablemente se deba más a la vergüenza que a otra cosa.
En los retratos antiguos más que retratar el físico de la persona se retrataba su moralidad
Hacerse una fotografía era un acto importante y si uno no era captado medianamente bien (una mala mueca, un gesto torcido…) tendría una fotografía vergonzosa para el resto de su vida. De hecho, el escritor Mark Twain era de los que opinaba que “no hay nada más demoledor que llegar a la posteridad con una sonrisa tonta fijada para siempre en tu cara”. De ahí que hacerse una foto no era cosa de niños. Era algo muy serio.
En 1703, un escritor francés llegó a decir que mostrar la dentadura era tener falta de decoro; que si la naturaleza nos había dado los labios para encubrirlos, era por algo. También es obligatorio destacar que antiguamente casi nadie tenía una dentadura en condiciones (sin implantes, ortodoncias o una buena higiene bucal, es comprensible), por lo que era más adecuado posar con rostro serio que mostrar una boca mellada o unos dientes malformados.
Esta tendencia no cambió hasta bien entrado el siglo XX, con la popularización de las fotografías y gracias también al cine, cuyas estrellas se sometían a numerosas sesiones de fotografía en las que aparecían la mar de sonrientes. Ello, sumado también al mundo de la publicidad, ayudó a relajar el concepto de foto y a acercarlo hasta lo que es hoy día.