Desde las viejas cortes griegas y aún más atrás los payasos han estado entre nosotros. De hecho, su naturaleza esencial no ha cambiado en absoluto. Son intérpretes de lo intangible, de lo que no puede verbalizarse sino a través de lo absurdo.
En primer lugar, los payasos son "algo" integrado a partir de una desintegración. Ninguna de sus partes en sí mismas son completamente anómalas. Nada en él es irreconocible, ni fuera de lugar, ni esencialmente malévolo. Sin embargo, algo indefinible parece sugerir lo contrario. El problema radica en que nunca encontraremos nada en el payaso que explique el rechazo visceral que algunos sienten por él. La única forma de hallar el rastro de su aura macabra es profundizando en nosotros mismos, en nuestra propia psiquis.
Sin intenciones de alarmar innecesariamente a las personas influenciables, lamento decir que el payaso que nos asusta somos nosotros mismos, o al menos una parte de nosotros, a menudo oculta e inaccesible.
Nuestra mente se compone de círculos concéntricos de identidad sobre los que no tenemos ningún tipo de control. Una de esas identidades, tal vez la única completamente silenciosa, según Jung y Freud, es lo que normalmente se denomina Ello (Id), un representación casi idéntica de las características del payaso en nuestra psiquis.
El Ello es una identidad esencialmente ambigua que plantea los mismos interrogantes que podríamos proyectar sobre los payasos. ¿Qué es lo que nos asusta de los payasos? ¿Qué es lo que nos parece fundamentalmente extraño? En principio, su personalidad. El payaso (y el Ello) son infantiles. Solo persiguen un objetivo: divertirse. Sin embargo, esa misma persecusión del placer revela que los payasos (y el Ello) están animados por una fuerza interna, una especie de mal primigenio, básico y no siempre estrictamente malévolo; un mal infantil, si se quiere.
Como decíamos, el Ello (y los payasos) tienen una sola motivación: divertirse. Para alcanzar ese estado de placer no prescinden del dolor ajeno. Por el contrario, a menudo la diversión es parte necesaria del sufrimiento del otro. Las actitudes estrambóticas de los payasos y su voz estridente proyectan cierta agresividad, cierto desdén por los demás en favor de su propia diversión.
En cierta manera podemos pensar a los payasos como una combinación equilibrada entre maldad e inocencia. Esta misma combinación es la que subyace en los principios activos del Ello.
¿Dónde podemos encontrar al "payaso" que hay en nosotros? En realidad lo vemos más a menudo de lo que pensamos. Está presente en el humor negro, en la risa incontenible frente a la tragedia de alguien; ya sea ínfima, como la caída de un tercero en la vía pública, o en aquellas cosas que mueven a risa aún cuando sabemos que hay alguien que las está sufriendo.
Esa es la actitud del payaso. Esa es la actitud primordial de una parte nuestra. La única diferencia entre ambos es que el payaso no siente culpa. Actúa como un psicópata que no calcula la responsabilidad y el alcance de sus actos. Se burla sin ningún tipo de autocontrol. El payaso es, en definitiva, un reflejo de lo que podríamos hacer si no sintiéramos culpa. Tal vez por eso nos asustan.